25 de enero de 2012

3. La virgen Benedicta



Una de las primeras y más preciosas noticias sobre los inicios y  peculiaridades canónicas del monacato femenino regular hispano nos las proporcionan los documentos hagiográficos y legislativos  surgidos en el contexto de la corriente monástica de san Fructuoso. Este gigante padre del monacato hispano, del que su biógrafo  aborda su Vita  haciendo un paralelismo con los orígenes del monacato egipcio al afirmar que fácilmente se le puede igualar a los méritos de los antiguos Padres de la Tebaida , fue un hombre de extraordinaria austeridad de vida, amante de la soledad y del desierto, que sin embargo tuvo que serlo fugitivo de su propia fama.

Su biógrafo enmarca su vida desde las expatriaciones sucesivas emprendidas contra el éxito y los inconvenientes que le ocasionaban la afluencia de gente de toda clase que acudía a él en los monasterios por él fundados. Así, tras su primera fundación monástica en Compludo y después de asegurar el orden regular una regla con gran rigor de disciplina , tras un intento fallido de recuperar la soledad con la fundación de San Pedro de Montes, huyó del Bierzo leonés hasta el extremo de Galicia donde su pasión por el yermo monástico le llevó a edificar una serie de sucesivos monasterios para acabar edificando en una isla . Pero aquél que sólo había pensado en ocultarse, ante el rumor de su eximia santidad , se siente impelido de nuevo a emprender una nuevo éxodo esta vez hasta el extremo sur de la península, hasta Cádiz,  no sin antes pasar por Mérida. Es precisamente en este momento de su estancia en la Bética, dónde su biógrafo nos refiere el episodio de la virgen Benedicta, elocuente ejemplo de las peculiaridades canónicas del monacato femenino en la Bética.
La virgen Benedicta
Tras visitar Mérida, centro reconocido de vida monástica, y postrarse ante el sepulcro de santa Eulalia, llega Fructuoso a Sevilla para más tarde dirigirse a Cádiz donde funda un monasterio en la isla sobre la que se asienta la ciudad y más tarde otro a 9 millas de la costa que recibe el nombre de Nono. Y hallándose el santo en este afamado monasterio su biógrafo nos refiere lo siguiente:

El brillante ejemplo de méritos de tan glorioso e incomparable santo, radiando con rutilante fulgor, hasta tal punto encendió con el ardor de su fe los ánimos de los pueblos, que los grupos de conversos, acudiendo en tropel de los cuatro puntos cardinales, se hicieron un inmenso coro. Si los duques del ejército de aquella provincia y de todos los distritos colindantes no hubiesen reclamado al rey que se tomasen algunas medidas –porque de mantener la tolerancia no habría quien saliera a campaña–  habría sentado plaza un innumerable ejército de monjes; hasta el punto de que no sólo se inflamaron los entusiasmos varoniles, sino también los femeninos. Como al recinto de la santa congregación no tenían acceso las mujeres narraré el modo por el cual se constituyó una congregación femenina.
Una santa doncella llamada Benedicta, nacida de noble familia y prometida a un gardingo  del rey, encendida por el ardor de su fe y por la llama del deseo de santa profesión religiosa, huyendo ocultamente de sus parientes, entróse sola en diversos desiertos del yermo y así vagando por lugares apartados e ignotos acabó por aproximarse, dirigida por el Señor, a la santa congregación del cenobio. No atreviéndose a acercarse a él sino permaneciendo lejos en el desierto, sugirió por mensajeros al santo varón de Dios que liberara a la oveja errante de las fauces de los lobos y le mostrara el camino de la salvación y la orientara en él e instruyese en las disciplinas espirituales a un alma en busca del Señor, para recibir estos bienes del Señor que cargó la oveja perdida sobre sus hombros. Al oír estas peticiones el santo dio gracias a Dios omnipotente y mandóle construir en la misma espesura de la soledad un pequeño refugio. Y tal como me contaba personaje antedicho. “Como de los ancianos ninguno se atrevía a aproximarse a ella, de los pequeños uno de nosotros, por turno, le llevaba la correspondencia y le proporcionaba alimento; y así con mucha insistencia sugirió que nunca se le llevase comida alguna a no ser después de que el santo hubiera comido, aún a media noche, y no se le presentase sino después de bendecida por él”.
Esta, en efecto, avanzó diligentemente en sus estudios espirituales, y cuando su fama se propagó entre alabanzas por diversas tierras, tanto ardor y deseo inflamó a las hijas de otras personas de toda condición que de todas partes empezaron a acudir alegremente oleadas de jóvenes de modo que en breve espacio de tiempo se completó el número de ochenta santas vírgenes en la congregación, para las cuales en otra soledad, de la manera acostumbrada, construyó otro monasterio. Tanta sublime santidad florecía en uno y otro sexo y tanto crecía la extraordinaria fama de  aquella perfección, que los hombres con sus hijos se convirtieron a la santa congregación de monjes, y sus mujeres junto con sus hijas se unieron al santo consorcio de las vírgenes. Pero he aquí que el esposo de la doncella doña Benedicta, envuelto en dolor y pesar y en medio de lágrimas, trabajado por el pérfido rencor del enemigo, presentó al rey una demanda contra ella; y en consecuencia, obtuvo un juez de la corte del rey que emitiera entre ellos un veredicto legal, un conde llamado Angelate, que llegó al monasterio femenino investido de autoridad real; el prepósito de las monjas fue obligado a, aislándola de la congregación, presentarle dicha doncella, a fin de que diese una satisfacción a su prometido. Ella salió no sin violencia; y con la vista fija en el cielo, se mantuvo rezando en voz baja al punto de que no dirigió ni una mirada a su esposo. Al enfrentarse éste con ella, por la gracia del Señor y llena del Espíritu Santo, en unas pocas palabras tanto lo estrechó que no supo el otro qué decirle. Entonces dijo el juez: “Déjala servir al Señor y búscate otra mujer”. Tras este suceso dispuso la divina piedad que esta santísima doncella en poco tiempo abandonara este mundo. Así, resultó por la inefable voluntad del Señor que la que con su santa conversión había sido la primera en el coro de aquellas sagradas vírgenes, fuera también la primera en ser llamada a la soberana gloria del reino de los cielos, por Aquél que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén .
 Las referencias tradicionales
    Este sugestivo episodio nos proporciona una serie referencias sobre las fundaciones monásticas femeninas hispanas que, en sus grandes rasgos, no difieren sustancialmente de las masculinas. En efecto, emprende Benedicta su camino monástico de la manera tradicional: ... encendida por el ardor de su fe y por la llama del deseo de santa profesión religiosa, huyendo ocultamente de sus parientes, entróse sola en diversos desiertos del yermo, en alusión a su vocación de consagración religiosa y huida al desierto del yermo para vivir una vida oculta en Dios

Esta búsqueda inicial termina con el encuentro de Benedicta y  su maestro san Fructuoso solicitándole que ejerza sobre ella la paternidad espiritual. Como cualquier joven monje que se presentaba en el desierto ante su anciano espiritual, le pide que pronuncie esa “palabra de salvación” que le instruya en el camino de la vida: que liberara a la oveja errante de las fauces de los lobos y le mostrara el camino de la salvación y la orientara en él e instruyese en las disciplinas espirituales a un alma en busca del Señor, para recibir estos bienes del Señor que cargó la oveja perdida sobre sus hombros.

Bajo la dirección espiritual de Fructuoso lleva Benedicta una vida monástica de tipo eremítico, aleccionada espiritualmente por el santo mediante epístolas edificantes y con su misma una ascesis alimenticia: ... le llevaba la correspondencia y le proporcionaba alimento; y... sugirió que nunca se le llevase comida alguna a no ser después de que el santo hubiera comido, aún a media noche, y no se le presentase sino después de bendecida por él.

A este primer estadio de vida eremítico, en el que Benedicta avanzó diligentemente en sus estudios espirituales, pero debido a la afluencia de vocaciones atraídas por su ejemplo y santidad, se impone el paso consiguiente a la vida cenobítica con la construcción de un monasterio que las albergase con su consecuente disciplina monástica -sin la cual el biógrafo no estima terminada una fundación monástica (aunque esta  norma de vida que no tenía que ser necesariamente su propia Regula escrita)-, además de dotar al cenobio para asegurarle continuidad e independencia económica .  Afirmada así la fundación el relator puede señalar con normalidad que: Tanta sublime santidad florecía en uno y otro sexo y tanto crecía la extraordinaria fama de aquella perfección, que los hombres con sus hijos se convirtieron a la santa congregación de monjes, y sus mujeres junto con sus hijas se unieron al santo consorcio de las vírgenes.

Las peculiaridades canónicas
Pero si nuestro informador ha referido con nitidez el proceso inaugural habitual de una institución monástica, insiste también en dejar claro cómo en la edificación de esta nueva congregación femenina, abordada desde la aproximación a la congregación masculina, Fructuoso ha respetado en todo momento la legislación canónica sobre la materia vigente en la Bética. En efecto, el II Concilio de Sevilla del año 619, bajo la presidencia de Isidoro, había regulado las relaciones entre los monasterios de vírgenes y varones de manera taxativa mediante un extenso canon: 
... decretamos que los monasterios de religiosas fundados en la provincia Bética sean regidos por el consejo y administración de los monjes. Pues entonces buscamos medidas saludables para las vírgenes consagradas a Dios cuando designamos para ellas padres espirituales, los cuales no solamente podrán ayudarlas con su dirección, sino también  edificarlas con su doctrina, guardándose sin embargo esta precaución acerca de los monjes: que apartados de cualquier trato particular con ellas no tengan permiso habitual para acercarse a la portería, ni tampoco podrán nada respecto de lo que toca a la reforma de las costumbres, ni el abad, ni aquel que está al frente, sin contar con la que gobierna a las vírgenes de Cristo, ni es conveniente para ellos hablar a solas con la superiora, sino a presencia de dos o tres hermanas, de tal modo que las visitas sean raras y la conversación muy breve. Queremos, pues, que esté muy lejos de los monjes, lo que sólo el nombrarlo es una maldad, el tener familiaridades con las vírgenes de Cristo, sino según lo que los preceptos de las reglas y de los cánones previenen, muy distantes y separados, confiamos solamente a la dirección de los monjes a éstas, ordenando que sea elegido un monje muy probado que se cuidará de administrar las fincas de las religiosas, tanto rústicas como urbanas, construir los edificios y si necesitan alguna otra cosa proveerla conforme a las necesidades del monasterio, para que las siervas de Cristo, solícitas únicamente del aprovechamiento de sus almas, se entreguen solamente al culto divino y se consagren a sus tareas. Ciertamente, aquel que ha sido designado por el abad, debe ser aprobado por el obispo. Y ellas a su vez tejerán los trajes necesarios para aquellos conventos de los cuales esperan protección y de los que, como ya hemos dicho, van recibir los frutos del trabajo y ayudad en la gestión de los negocios. Y si algunos de los que viven en los monasterios despreciaren esta ordenación, o la descuidaren por cierto abandono o inercia, sepan que su tibieza y soberbia será castigadas con la pena de excomunión .
 A la vista de esta legislación canónica se comprende la reiteración literaria de nuestro relator por dejar claro el acatamiento formal de la misma a la hora de establecer las relaciones entre los monasterios masculinos y femeninos. Así se entienden las prevenciones de los ancianos monjes para acercarse a la virgen Benedicta ya en su primer contacto con el monasterio masculino, la insistencia en el alejamiento físico (en otra soledad –dice el texto) de los monasterios masculino y femenino, pero sobre todo la presencia de un monje Prepósito en el monasterio de las monjas que según el canon sevillano será un anciano probadísimo, designado por el abad y aprobado por el obispo, que ayudará a las monjas en los negocios temporales que afectan al monasterio.

Esta práctica de tutela, gobierno y protección espiritual y material de los mojes sobre los monasterios femeninos (la “Tuitio” ) que encontramos en el episodio de la virgen Benedicta, tendrá en lo sucesivo una amplia difusión en el monacato hispano  y debía deparar a las monjas -a decir del canon sevillano- una serie de beneficios: los monjes daban a las monjas la ayuda de su dirección y la edificación de su doctrina y las liberaban además de las preocupaciones terrenas al encargarse de la administración de sus fincas y las reparaciones de sus edificios. En correspondencia las monjas se ocuparían de confeccionar los vestidos de sus protectores masculinos. Con todo, esta relación de protección masculina sobre las monjas no dejaba de encerrar una cierta ambigüedad, porque si bien es cierto que con la Tuitio se busca proteger - y por tanto se reconoce y busca potenciar- la santidad y ciencia espiritual de las monjas, sin embargo el precio a pagar es el alejamiento de la vida pública. Y así, en agudo contraste con los papeles públicos desempeñados por los monjes, a las monjas se les pidió el alejamiento de la vida pública, quedando su papel social claramente circunscrito al claustro monástico y a las tareas domésticas.

En este sentido el episodio de Benedicta resulta claramente iluminador. Cuando su esposo, el gardingo del rey, se presentó en el monasterio reclamando a su esposa, no es Benedicta quien trata con él, sino que se dirige al Prepósito de las monjas y es este el que hace comparecer a Benedicta ante el conde para dar satisfacción a su prometido. Y hemos de hacer notar que el narrador registra en este punto una frase muy sugerente: “Ella salió no sin violencia”; expresión que, a nuestro juicio, sella un punto de ambivalencia sobre las buenas intenciones de la Tuitio, porque a despecho de la total independencia con que se levantaban los monasterios de monjas en lugares apartados de los monasterios masculinos, su representación pública quedaba en manos de los monjes lo cual iba a acarrear, tarde o temprano, un cierta violencia social para las monjas.

Por ello, y a modo de conclusión, el episodio de la virgen Benedicta nos puede aleccionar sobre los riesgos de introducir peculiaridades canónicas sobre los cenobios de monjas, porque pueden rebasar los propósitos iniciales, y una reglamentación que buscaba proteger la soledad monástica y la vida de santidad puede degenerar en violentar precisamente aquello a lo que se busca proteger.

M. Kandida Saratxaga
Monasterio de Santa Ana de Lazkao

1 comentario:

  1. Hermoso simplemente hermoso, gracias por compartir con nosotros, este estilo de vida, pido a Dios los colme con abundantes vocaciones. ¡Animo!

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